domingo, 8 de julio de 2018

14:43 - No comments

CUARENTA AÑOS


CUARENTA AÑOS

Raquelia formaba parte de un grupo de mujeres, que,  sentadas a dos mesas en la terraza de un bar, hacían planes para los días festivos que se avecinaban.
   En apariencia, ella se sentía interesada por los comentarios emitidos por sus amigas. No obstante, la realidad era otra.
       -Aprovecharé estos días para ordenar y limpiar cajones de cosas innecesarias, ello me facilitará la labor a la hora de encontrar un documento de esos que tanto me demandan esta temporada-, pensaba Raquelia.
       Con esos propósitos se despidió, no sin antes desearles a todas que lo pasaran muy bien.
       Al llegar a casa, echó mano al calendario, cogió un bolígrafo rojo del porta- lápices y fue poniendo una cruz en cada uno de los días que tenía disponibles para llevar a cabo su tarea.
  -Tendré tiempo de sobra. Nadie me molestará por teléfono, tampoco caeré en la tentación de bajar a comprar cualquier tontería, pues el comercio está cerrado. El bullicio de la calle tendrá lugar por la noche y no me molestará. La pastilla es muy eficaz.
      Cuando quiso darse cuenta era la hora de irse a cama. Y llegó el día siguiente. Desayunó, y sin más, se dirigió a la cómoda cuyos cajones eran el objeto de su labor. Extrajo el primero y lo depositó sobre la cama. En la superficie ya se veían grandes sobres amarillentos, levantó la solapa de uno y volcó su contenido para examinarlo, eran fotografías de diferentes tamaños y casi todas en blanco y negro. Hizo ademán de romperlas pero…, las dejó caer encima del sobre amarillento y un poco roto por las esquinas.   -Será mejor que coja otro cajón, se dijo. –Pero tengo que darme una ducha y ponerme algo cómodo antes.
     De nuevo entró en el dormitorio y sacó el segundo cajón, ya había dos sobre el lecho. Con sus dedos índice y pulgar quiso revisar lo que éste contenía. Acertó a tirar de una pulserita de piel, ¡era el primer reloj que le regaló su padre! Se lo quedó mirando y, de nuevo, lo devolvió a su lugar de procedencia.  Se echaba encima la hora de comer.
       Casi de repente se le manifestó un terrible dolor de cabeza, y, tras refrescarse la cara con un poco de agua fría,   optó por salir a dar un paseo para despejarse. Se le hizo de noche y notaba algo de hambre. Regresó a casa, abrió la nevera y tomó  unos bocados de lo que tenía por allí con la idea de acostarse de inmediato,  con esa decisión se encaminó a su cuarto, pulsó el botón de la luz cuando: ¡los cajones!
    -Prepararé la habitación de invitados y dormiré esta noche en ella, determinó Raquelia. No obstante permanecía plantada ante aquellos  contenedores sin poderles quitar la mirada de encima. Tampoco era capaz de ignorar la cómoda. De súbito, sacó los otros dos que quedaban aún en su lugar, los puso por donde pudo. Esparció parte de su contenido encima de lo que ya había. Se irguió y se alejó de aquel montón todo lo que el espacio le permitía. Con las manos dentro de los bolsillos rodeó la cama varias veces sin atreverse siquiera a rozar sus bordes. En una de esas vueltas se detuvo a la altura de la puerta de salida, se giró sobre sí misma, fue a su vestidor, sacó un traje de chaqueta oscuro. En su bolso de mano metió la documentación que podría necesitar, las tarjetas de crédito y el Smartphone. Arrancó de la percha una gabardina, y se colocó un sombrero a juego. Abrió la puerta de casa y, una vez fuera, la cerró de un golpe. Era noche cerrada. Echó a caminar. Nadie la volvió a ver…  

martes, 14 de julio de 2015

12:38 - No comments
A lo mejor mañana
Llevaba varios días sentada en el mismo sitio: una silla giratoria instalada delante de la mesa de trabajo que había sido comprada para ella. A su mano derecha tenía proyectos inacabados; a su mano izquierda pequeños objetos fruto de la asistencia a actos que contadas veces habían sido libremente elegidos. Y fotografías, algunas a la espera de ser vestidas adecuadamente, otras atrapadas en recintos cerrados propios de otros tiempos.
        Ella sólo miraba hacia delante. Muchos años atrás tomó la determinación de esperar; tiró la convicción de que todo lo que se desea con total convencimiento acompañado de acciones voluntariosas se haría realidad, lo tiró y tiró de la cadena, pero estaba sentada mirando al frente. De vez en cuando creía oír pasos de gente a su alrededor, a lo largo de la noche miraba el teléfono varias veces no fuese darse el caso de que la hubiese llamado y estuviera dormida sin querer. A veces se decía que tenía que ser así, que los otros piensan en sus cosas, se dedican a sus cosas, y que lo verdaderamente importante son sus cosas… Seguro que cuando todas las cosas estuviesen resueltas llegaría la llamada, llegaría el correo, y se oirían los pasos…, los pasos seguidos de los abrazos, porque… ¿ qué mal pueden ocasionar unos brazos que nos han protegido, nos han dado calor, nos han acercado a los pechos que nos han transferido el alimento y las defensas frente a los invisibles pero mortíferos enemigos?
      Unos brazos prolongación de una espalda soportada a su vez por dos columnas defectuosas en sus bases pero aceradas ante la adversidad.
… pero… tenía que ser generosa, eso fue lo que deseó siempre: que fuese independiente, autosuficiente y “sobradamente preparada”, de modo que ahora sólo cabía celebrarlo.
     Se dijo que seguiría allí un poco más. Seguro que mañana sonaría el teléfono. Sí, a lo mejor mañana.

      

lunes, 25 de mayo de 2015

13:25 - No comments

El pan

Aquella noche se metió en la cama con un pensamiento fijo: al día siguiente sus hermanos le pedirían un trozo de pan con aceite, también lo querrían con azúcar, pero ella acababa de tragar las últimas migajas que quedaban. Se dijo que, puesto que era la hermana mayor, tendría que resolver esa situación, pero… ¿cómo?
     Mientras oía la profunda respiración de sus hermanos, intentaba reproducir la secuencia que abarcaba cada movimiento y gesto que realizaba su madre cuando elaboraba el pan.
     Desde que era muy pequeña le llamaba poderosamente la atención  la tarea que realizaba su madre en la artesa; pues no solamente sacaba harina de una rústica talega, sino que lo hacía de varias, e iba depositándolas dentro de aquel recipiente; también echaba un poco de sal previamente disuelta en agua templada. Desmenuzaba cuidadosamente un producto que hacía elevar aquella masa mientras esperaba ser cocida en un horno calentado con mucha leña rebuscada. Añadía agua y, como si  su tronco, sus brazos y sus manos, estuviesen diseñados para tal menester, permanecía, casi ensimismada, acariciando aquella mezcla hasta modelarla en distintas formas.
       Un par de horas más tarde se despertó sobresaltada, estaba atrapada en un enorme recipiente lleno de una sustancia viscosa compuesta por diferentes ingredientes contrapuestos: era la masa resultante de la mezcla realizada con productos de las diferentes talegas.

     Empezó a asaltarle una duda angustiosa, ¿sería capaz de hacer el alimento que necesitaban sus hermanos?.

viernes, 3 de octubre de 2014

10:48 - No comments

La mochila

El río iba muy crecido y no veía la manera de cruzarlo sin correr excesivo riesgo; es por ello, por lo que decidí dar un rodeo sin calcular el tiempo que tendría que emplear para llegar a la orilla de enfrente. Sólo pensaba en mi escapada, en dejar atrás aquello que parecía pre destinado para mí. La noche me cayó encima con toda su rotundidad, y yo no podía detenerme, no estaba dispuesta a ser vencida por la incongruencia, por actitudes calculadas para someter y comprobar hasta qué punto alguien puede sentirse poderoso sometiendo a otro alguien. Tropezaba con enormes trozos de troncos rotos que parecían estar esperándome desde tiempos remotos. Hojas impregnadas de una sustancia pegajosa cuyo objetivo parecía ser el de atraparme e impedir que avanzara en mi huida. Estuve tentada a tirar mi mochila, pero no fui capaz; allí estaban todas mis pertenencias: las buenas y las malas, pero ¿cómo separar las unas de las otras?, sin duda, las unas se habían contaminado de las otras; ahora todas formaban parte de mi vida, me sentía representada por ellas.
           Empecé a sentir un cansancio abrumador, no era capaz de pensar, mis piernas no obedecían a mi cerebro, ¿ o era mi cerebro el que no daba órdenes?. No existía ni un minúsculo rayo de luz que me ayudase a encontrar el camino.
       Tal vez no sería tan descabellado volver sobre mis pasos, aceptar mi pre destinación, adaptarme a aquella especie de limbo que me vendían como el mejor de los mundos posibles.

      La boca se me mojó con un líquido ligeramente salado que brotaba de mis ojos, era el único alimento que tenía a mano. No había nada en la mochila…

jueves, 13 de marzo de 2014

13:14 - No comments

Con los ojos cerrados


Te tengo delante, me han pedido que te observe, y yo, como aprendiz que soy, obedezco. También me han sugerido que deje pasar un tiempo, pero que te mire y haga lo que tengo que hacer. Y aquí estamos, tú y yo. Yo me tengo por real, por auténtica, pero tú…

Si te miro de frente veo arcos perfectos sostenidos por robustas columnas que me afano en clasificar pero es inútil, luego, llego a la conclusión de que la naturaleza las ha proyectado para tal fin.

Si te contemplo desde el ángulo izquierdo,  descubro un bosque tan perfecto que no puede ser de verdad.

Si te miro con los ojos cerrados, me encuentro cabalgando por un laberinto de mazes y me resulta imposible saber cuál de los caminos que me brinda es el que debo seguir.


viernes, 13 de diciembre de 2013

12:51 - No comments

El armario


Mi hermano y yo estábamos en la edad de la niñez cuando nuestros padres decidieron irse a vivir al continente africano. Poco tiempo había pasado de nuestra llegada y ya, los dos, él con sus botas, su gorra y su traje de explorador por dentro y por fuera, y yo con la convicción de que no necesitaba de atuendo específico para ser la jefa de la expedición, teníamos pateado y memorizado el territorio que rodeaba nuestra vivienda hasta donde la vista nos alcanzaba.

       Era tal el ritmo que le imprimíamos a vivir nuestras aventuras, y tan escasos los contratiempos que nos asaltaban, que estábamos convencidos de estar preparados para experimentar emociones mucho más fuertes.

     Aquel día nos alejamos de casa mucho más de lo acostumbrado y al darnos cuenta decidimos volver de inmediato. Aquel camino de regreso era desconocido para nosotros y, oteando el terreno, descubrimos a lo lejos una silueta  en medio de un llano que se asemejaba a un armario. Mi hermano y yo nos miramos y sin cruzar palabra, llegamos a la conclusión de haber descubierto  un animal no catalogado.

     Nos encaminamos hacia él mientras nuestros nombres sobresalían en los libros de Historia Natural con letras bien grandes.

    Saboreando nuestro hallazgo nos encontramos ante él casi por sorpresa, a la que hubo que añadir una más: efectivamente era un armario ropero.

      Casi con un movimiento reflejo Miguel entró en el armario, yo quise evitarlo sin saber tampoco la razón que me empujaba a ello.

    No sé cuánto tiempo pasó, pero me quedé dormida en la espera. Cuando desperté era completamente de noche y estaba en brazos de mi padre. Quise contarle  lo sucedido, pero con una voz cálida me dijo: shiii, no te preocupes, has tenido una pesadilla.
 

viernes, 6 de diciembre de 2013

12:18 - No comments

La becaria


Aída, la becaria, tenía ante sí su primer gran reto: entrevistar al premiado más reciente, que resultó ser el depositario de los destinos del mundo durante la próxima década.

       Decidida a hacer bien su trabajo, Aída se dispuso a documentarse en profundidad sobre el personaje.

      Como era de esperar, éste vivía en un castillo encantado, gobernado por amazonas; criaba pájaros bobos, su personaje histórico preferido era Adán, pero le habría gustado ser Eva. Sus poetas favoritos eran los no conocidos, y como meta, se propuso una vez, conocer a todos los músicos del mundo para contestar con acierto, si acaso le formulaban alguna pregunta al respecto. Pero tenía grandes rasgos de incredulidad, y su sueño de felicidad consistía en ver a todos los seres humanos deambular desnudos.

     Opinaba que el hombre no tiene cualidades y que la mujer no debería tenerlas. Prefería no saber nada de sus novelistas favoritos; y opinaba que el hecho militar más admirable era aquel que no se había realizado. ¡Detestaba los cuestionarios! Alguien le preguntó alguna vez,-¿Su lema?-No tengo lema-contestó.