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El acuerdo
Un paisaje en la penumbra y
ligeramente nevado sería el testigo mudo de aquella escena. Para no levantar
sospecha se había elegido una gran mansión mediante catálogo. Nada se dejó al
azar. Se contrató un servicio de catering de lo más exquisito. Todos los asistentes irían vestidos de etiqueta.
Los hombres de oscuro con raya diplomática, americana cruzada, pantalón de
pinzas ancho y tocados con sombrero modelo Homburg. Las damas con lujosos
vestidos escotados, deslumbrantes adornos de alta joyería, tez muy pálida,
melena rizada de media altura y abrazadas por ostentosos abrigos de piel. Casi
todos los asistentes eligieron el modelo de coche Lincoln K. para acudir a la
cita. Un aparcacoches los dejaba situados convenientemente. Al calor del
champagne se formaron diversos corros cuyos cuchicheos se basaban en
banalidades. Casi de manera imperceptible, un reducido número de hombres se
había ausentado de la escena. Se fueron reuniendo en una habitación
especialmente habilitada para tal efecto. Sus semblantes nada tenían que ver
con las sonrisas que habían prodigado en el gran salón. Las palabras que allí
se pronunciaban eran determinantes. Por una parte, representantes de las
autoridades; por la otra, los jefes de la mafia. Estaba en juego la continuidad
o no de la guerra; y de allí no saldría nadie hasta contraer un compromiso.
Mientras tanto, en la intemperie arreciaba la nevada.