viernes, 7 de septiembre de 2012

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Atardecer


 

Sentados en el porche contemplaban el atardecer, eran vísperas de una despedida. Ella se había vestido de rojo para la ocasión, hasta el carmín hacía juego con su vestido. De repente él se levantó de su asiento, y dirigiéndose al jardín, cortó una rosa de forma improvisada. Con un gesto entre tímido y complaciente, se la ofreció. Al tronzar el tallo se clavó una espina que le produjo un ligero sangrado. Ella le succionó la gota de sangre, y, por alguna razón desconocida, le recordó al sabor de las uvas. El Sol, que asemejaba una enorme bola de fuego, desaparecía lentamente por el horizonte.