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El Descanso
Era sábado a la noche y hacía calor.
Llevaba conduciendo mucho tiempo y el cuerpo me pedía un escanso. Estaba en un
lugar desconocido, de eso se trataba, de dedicar aquel mes de agosto a explorar
nuevos lugares. Bajé del coche. La Luna en su plenitud me iluminaba el paisaje.
La inmensidad me cantaba el sonido del agua. Dos líneas de vegetación paralelas
compuestas por álamos de mediana altura, arbustos de zarzamora y enredaderas,
flanqueaban el arroyo de aguas huidizas. Me dejé llevar hasta su nacimiento. Aquel
asiento de piedra cubierto de musgo deshilachado y resbaladizo, parecía estar
esperándome, lo poseí de inmediato. Los redondos aromas que invadían el lugar penetraron en mis sentidos
hasta hacerme caer en una semi inconsciencia. De vez en cuando lejanos rumores
alteraban mi estado soñoliento. De repente algo me despertó. Una figura difusa se erguía ante mí, parecía
envuelta en una extraña niebla, ¿usted quién es? –me preguntó-. Busqué mis
cuerdas vocales pero no estaban. Intenté ponerme de pié pero no fui capaz.
Antes de mi siguiente intento se despidió con un “Nos volveremos a ver”.
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