viernes, 13 de diciembre de 2013

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El armario


Mi hermano y yo estábamos en la edad de la niñez cuando nuestros padres decidieron irse a vivir al continente africano. Poco tiempo había pasado de nuestra llegada y ya, los dos, él con sus botas, su gorra y su traje de explorador por dentro y por fuera, y yo con la convicción de que no necesitaba de atuendo específico para ser la jefa de la expedición, teníamos pateado y memorizado el territorio que rodeaba nuestra vivienda hasta donde la vista nos alcanzaba.

       Era tal el ritmo que le imprimíamos a vivir nuestras aventuras, y tan escasos los contratiempos que nos asaltaban, que estábamos convencidos de estar preparados para experimentar emociones mucho más fuertes.

     Aquel día nos alejamos de casa mucho más de lo acostumbrado y al darnos cuenta decidimos volver de inmediato. Aquel camino de regreso era desconocido para nosotros y, oteando el terreno, descubrimos a lo lejos una silueta  en medio de un llano que se asemejaba a un armario. Mi hermano y yo nos miramos y sin cruzar palabra, llegamos a la conclusión de haber descubierto  un animal no catalogado.

     Nos encaminamos hacia él mientras nuestros nombres sobresalían en los libros de Historia Natural con letras bien grandes.

    Saboreando nuestro hallazgo nos encontramos ante él casi por sorpresa, a la que hubo que añadir una más: efectivamente era un armario ropero.

      Casi con un movimiento reflejo Miguel entró en el armario, yo quise evitarlo sin saber tampoco la razón que me empujaba a ello.

    No sé cuánto tiempo pasó, pero me quedé dormida en la espera. Cuando desperté era completamente de noche y estaba en brazos de mi padre. Quise contarle  lo sucedido, pero con una voz cálida me dijo: shiii, no te preocupes, has tenido una pesadilla.
 

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