viernes, 3 de octubre de 2014

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La mochila

El río iba muy crecido y no veía la manera de cruzarlo sin correr excesivo riesgo; es por ello, por lo que decidí dar un rodeo sin calcular el tiempo que tendría que emplear para llegar a la orilla de enfrente. Sólo pensaba en mi escapada, en dejar atrás aquello que parecía pre destinado para mí. La noche me cayó encima con toda su rotundidad, y yo no podía detenerme, no estaba dispuesta a ser vencida por la incongruencia, por actitudes calculadas para someter y comprobar hasta qué punto alguien puede sentirse poderoso sometiendo a otro alguien. Tropezaba con enormes trozos de troncos rotos que parecían estar esperándome desde tiempos remotos. Hojas impregnadas de una sustancia pegajosa cuyo objetivo parecía ser el de atraparme e impedir que avanzara en mi huida. Estuve tentada a tirar mi mochila, pero no fui capaz; allí estaban todas mis pertenencias: las buenas y las malas, pero ¿cómo separar las unas de las otras?, sin duda, las unas se habían contaminado de las otras; ahora todas formaban parte de mi vida, me sentía representada por ellas.
           Empecé a sentir un cansancio abrumador, no era capaz de pensar, mis piernas no obedecían a mi cerebro, ¿ o era mi cerebro el que no daba órdenes?. No existía ni un minúsculo rayo de luz que me ayudase a encontrar el camino.
       Tal vez no sería tan descabellado volver sobre mis pasos, aceptar mi pre destinación, adaptarme a aquella especie de limbo que me vendían como el mejor de los mundos posibles.

      La boca se me mojó con un líquido ligeramente salado que brotaba de mis ojos, era el único alimento que tenía a mano. No había nada en la mochila…

jueves, 13 de marzo de 2014

13:14 - No comments

Con los ojos cerrados


Te tengo delante, me han pedido que te observe, y yo, como aprendiz que soy, obedezco. También me han sugerido que deje pasar un tiempo, pero que te mire y haga lo que tengo que hacer. Y aquí estamos, tú y yo. Yo me tengo por real, por auténtica, pero tú…

Si te miro de frente veo arcos perfectos sostenidos por robustas columnas que me afano en clasificar pero es inútil, luego, llego a la conclusión de que la naturaleza las ha proyectado para tal fin.

Si te contemplo desde el ángulo izquierdo,  descubro un bosque tan perfecto que no puede ser de verdad.

Si te miro con los ojos cerrados, me encuentro cabalgando por un laberinto de mazes y me resulta imposible saber cuál de los caminos que me brinda es el que debo seguir.