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La mochila
El río iba muy crecido y no
veía la manera de cruzarlo sin correr excesivo riesgo; es por ello, por lo que
decidí dar un rodeo sin calcular el tiempo que tendría que emplear para llegar
a la orilla de enfrente. Sólo pensaba en mi escapada, en dejar atrás aquello
que parecía pre destinado para mí. La noche me cayó encima con toda su
rotundidad, y yo no podía detenerme, no estaba dispuesta a ser vencida por la
incongruencia, por actitudes calculadas para someter y comprobar hasta qué
punto alguien puede sentirse poderoso sometiendo a otro alguien. Tropezaba con
enormes trozos de troncos rotos que parecían estar esperándome desde tiempos
remotos. Hojas impregnadas de una sustancia pegajosa cuyo objetivo parecía ser
el de atraparme e impedir que avanzara en mi huida. Estuve tentada a tirar mi mochila, pero no fui capaz; allí estaban todas mis pertenencias: las buenas y
las malas, pero ¿cómo separar las unas de las otras?, sin duda, las unas se
habían contaminado de las otras; ahora todas formaban parte de mi vida, me
sentía representada por ellas.
Empecé a sentir un cansancio
abrumador, no era capaz de pensar, mis piernas no obedecían a mi cerebro, ¿ o
era mi cerebro el que no daba órdenes?. No existía ni un minúsculo rayo de luz
que me ayudase a encontrar el camino.
Tal vez no sería tan descabellado volver
sobre mis pasos, aceptar mi pre destinación, adaptarme a aquella especie de
limbo que me vendían como el mejor de los mundos posibles.
La boca se me mojó con un líquido ligeramente
salado que brotaba de mis ojos, era el único alimento que tenía a mano. No
había nada en la mochila…