martes, 14 de julio de 2015

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A lo mejor mañana
Llevaba varios días sentada en el mismo sitio: una silla giratoria instalada delante de la mesa de trabajo que había sido comprada para ella. A su mano derecha tenía proyectos inacabados; a su mano izquierda pequeños objetos fruto de la asistencia a actos que contadas veces habían sido libremente elegidos. Y fotografías, algunas a la espera de ser vestidas adecuadamente, otras atrapadas en recintos cerrados propios de otros tiempos.
        Ella sólo miraba hacia delante. Muchos años atrás tomó la determinación de esperar; tiró la convicción de que todo lo que se desea con total convencimiento acompañado de acciones voluntariosas se haría realidad, lo tiró y tiró de la cadena, pero estaba sentada mirando al frente. De vez en cuando creía oír pasos de gente a su alrededor, a lo largo de la noche miraba el teléfono varias veces no fuese darse el caso de que la hubiese llamado y estuviera dormida sin querer. A veces se decía que tenía que ser así, que los otros piensan en sus cosas, se dedican a sus cosas, y que lo verdaderamente importante son sus cosas… Seguro que cuando todas las cosas estuviesen resueltas llegaría la llamada, llegaría el correo, y se oirían los pasos…, los pasos seguidos de los abrazos, porque… ¿ qué mal pueden ocasionar unos brazos que nos han protegido, nos han dado calor, nos han acercado a los pechos que nos han transferido el alimento y las defensas frente a los invisibles pero mortíferos enemigos?
      Unos brazos prolongación de una espalda soportada a su vez por dos columnas defectuosas en sus bases pero aceradas ante la adversidad.
… pero… tenía que ser generosa, eso fue lo que deseó siempre: que fuese independiente, autosuficiente y “sobradamente preparada”, de modo que ahora sólo cabía celebrarlo.
     Se dijo que seguiría allí un poco más. Seguro que mañana sonaría el teléfono. Sí, a lo mejor mañana.

      

lunes, 25 de mayo de 2015

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El pan

Aquella noche se metió en la cama con un pensamiento fijo: al día siguiente sus hermanos le pedirían un trozo de pan con aceite, también lo querrían con azúcar, pero ella acababa de tragar las últimas migajas que quedaban. Se dijo que, puesto que era la hermana mayor, tendría que resolver esa situación, pero… ¿cómo?
     Mientras oía la profunda respiración de sus hermanos, intentaba reproducir la secuencia que abarcaba cada movimiento y gesto que realizaba su madre cuando elaboraba el pan.
     Desde que era muy pequeña le llamaba poderosamente la atención  la tarea que realizaba su madre en la artesa; pues no solamente sacaba harina de una rústica talega, sino que lo hacía de varias, e iba depositándolas dentro de aquel recipiente; también echaba un poco de sal previamente disuelta en agua templada. Desmenuzaba cuidadosamente un producto que hacía elevar aquella masa mientras esperaba ser cocida en un horno calentado con mucha leña rebuscada. Añadía agua y, como si  su tronco, sus brazos y sus manos, estuviesen diseñados para tal menester, permanecía, casi ensimismada, acariciando aquella mezcla hasta modelarla en distintas formas.
       Un par de horas más tarde se despertó sobresaltada, estaba atrapada en un enorme recipiente lleno de una sustancia viscosa compuesta por diferentes ingredientes contrapuestos: era la masa resultante de la mezcla realizada con productos de las diferentes talegas.

     Empezó a asaltarle una duda angustiosa, ¿sería capaz de hacer el alimento que necesitaban sus hermanos?.