lunes, 25 de mayo de 2015

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El pan

Aquella noche se metió en la cama con un pensamiento fijo: al día siguiente sus hermanos le pedirían un trozo de pan con aceite, también lo querrían con azúcar, pero ella acababa de tragar las últimas migajas que quedaban. Se dijo que, puesto que era la hermana mayor, tendría que resolver esa situación, pero… ¿cómo?
     Mientras oía la profunda respiración de sus hermanos, intentaba reproducir la secuencia que abarcaba cada movimiento y gesto que realizaba su madre cuando elaboraba el pan.
     Desde que era muy pequeña le llamaba poderosamente la atención  la tarea que realizaba su madre en la artesa; pues no solamente sacaba harina de una rústica talega, sino que lo hacía de varias, e iba depositándolas dentro de aquel recipiente; también echaba un poco de sal previamente disuelta en agua templada. Desmenuzaba cuidadosamente un producto que hacía elevar aquella masa mientras esperaba ser cocida en un horno calentado con mucha leña rebuscada. Añadía agua y, como si  su tronco, sus brazos y sus manos, estuviesen diseñados para tal menester, permanecía, casi ensimismada, acariciando aquella mezcla hasta modelarla en distintas formas.
       Un par de horas más tarde se despertó sobresaltada, estaba atrapada en un enorme recipiente lleno de una sustancia viscosa compuesta por diferentes ingredientes contrapuestos: era la masa resultante de la mezcla realizada con productos de las diferentes talegas.

     Empezó a asaltarle una duda angustiosa, ¿sería capaz de hacer el alimento que necesitaban sus hermanos?.