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El pan
Aquella noche se metió en la cama con un pensamiento fijo: al
día siguiente sus hermanos le pedirían un trozo de pan con aceite, también lo
querrían con azúcar, pero ella acababa de tragar las últimas migajas que
quedaban. Se dijo que, puesto que era la hermana mayor, tendría que resolver
esa situación, pero… ¿cómo?
Mientras oía la
profunda respiración de sus hermanos, intentaba reproducir la secuencia que
abarcaba cada movimiento y gesto que realizaba su madre cuando elaboraba el
pan.
Desde que era muy
pequeña le llamaba poderosamente la atención
la tarea que realizaba su madre en la artesa; pues no solamente sacaba
harina de una rústica talega, sino que lo hacía de varias, e iba depositándolas
dentro de aquel recipiente; también echaba un poco de sal previamente disuelta
en agua templada. Desmenuzaba cuidadosamente un producto que hacía elevar
aquella masa mientras esperaba ser cocida en un horno calentado con mucha leña
rebuscada. Añadía agua y, como si su
tronco, sus brazos y sus manos, estuviesen diseñados para tal menester,
permanecía, casi ensimismada, acariciando aquella mezcla hasta modelarla en
distintas formas.
Un par de horas
más tarde se despertó sobresaltada, estaba atrapada en un enorme recipiente
lleno de una sustancia viscosa compuesta por diferentes ingredientes
contrapuestos: era la masa resultante de la mezcla realizada con productos de
las diferentes talegas.