martes, 14 de julio de 2015

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A lo mejor mañana
Llevaba varios días sentada en el mismo sitio: una silla giratoria instalada delante de la mesa de trabajo que había sido comprada para ella. A su mano derecha tenía proyectos inacabados; a su mano izquierda pequeños objetos fruto de la asistencia a actos que contadas veces habían sido libremente elegidos. Y fotografías, algunas a la espera de ser vestidas adecuadamente, otras atrapadas en recintos cerrados propios de otros tiempos.
        Ella sólo miraba hacia delante. Muchos años atrás tomó la determinación de esperar; tiró la convicción de que todo lo que se desea con total convencimiento acompañado de acciones voluntariosas se haría realidad, lo tiró y tiró de la cadena, pero estaba sentada mirando al frente. De vez en cuando creía oír pasos de gente a su alrededor, a lo largo de la noche miraba el teléfono varias veces no fuese darse el caso de que la hubiese llamado y estuviera dormida sin querer. A veces se decía que tenía que ser así, que los otros piensan en sus cosas, se dedican a sus cosas, y que lo verdaderamente importante son sus cosas… Seguro que cuando todas las cosas estuviesen resueltas llegaría la llamada, llegaría el correo, y se oirían los pasos…, los pasos seguidos de los abrazos, porque… ¿ qué mal pueden ocasionar unos brazos que nos han protegido, nos han dado calor, nos han acercado a los pechos que nos han transferido el alimento y las defensas frente a los invisibles pero mortíferos enemigos?
      Unos brazos prolongación de una espalda soportada a su vez por dos columnas defectuosas en sus bases pero aceradas ante la adversidad.
… pero… tenía que ser generosa, eso fue lo que deseó siempre: que fuese independiente, autosuficiente y “sobradamente preparada”, de modo que ahora sólo cabía celebrarlo.
     Se dijo que seguiría allí un poco más. Seguro que mañana sonaría el teléfono. Sí, a lo mejor mañana.

      

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